Es extendida la creencia que la configuración actual de la propiedad fue principalmente determinada dentro del período conocido como La violencia. Un vistazo ameno por algunas obras ambientadas en el S.XIX nos ayudan a despejar este mito.
El arriero paisa se reconoce por su atuendo, laboriosidad y habilidades en los negocios. Los caldenses son conscientes que se hicieron a imagen y semejanza de los arrieros, quienes rastrillaron sus cueros por los montes del sur de Antioquia en busca de fortuna con la cual congraciar a una dama. Bastaba que fueran unas pocas fanegadas de tierra. La misma de la que fueron excluidos por la insaciable avaricia de los criollos aventajados, representados en el siglo XIX por las Concesiones Reales y los gamonales de fusil.
Los arrieros son la raza protagonista de la novela del escritor Octavio Escobar Giraldo, 1851. Ellos tomaron rumbo seguidos por su instinto y en ocasiones orientados por los mapas a mano alzada de expedicionarios furtivos.
1851 se ambienta en el mismo año que la titula y por medio de doce entregas mensuales al estilo folletín -durante el siglo XIX fue el medio más efectivo de divulgación de textos en prosa-, entrega los relatos de un variado grupo de arrieros originarios de los municipios de Sonsón y Abejorral, origen de los antioqueños que colonizaron los actuales municipios del centro y el oriente de Caldas.
Estos errantes tenían dentro del sonajero el oro de las minas de Marmato. En el camino se enfrentaron a los avatares de una naturaleza inexplorada y a la combinación de las formas de “autodefensa” de la Concesión Aránzazu, que amparada en la cédula real firmada por Carlos IV en el S. XVIII, delegó en paisas “verraquitos” la distribución y protección de las tierras que abarcaban los paisajes escarpados de las jurisdicciones recién fundadas de Aguadas, Pacora, Neira, Salamina y Manizales.
La novela se fortalece por un narrador en tercera persona que con perspectiva geográfica y social de la región, lo convierten además en historiador y biólogo de cabecera del lector embarcado en este recorrido de mediados del siglo XIX. Cada entrega mensual del folletín contiene detalles de referencia histórica que permiten comprender la convulsión política que se vivía en la Nueva Granada, con sucesos como la abolición de la esclavitud, el protagonismo de Cartago como la vedete del contrabando, la expulsión de los Jesuitas y las sublevaciones regionales (como la antioqueña) contra las decisiones de estirpe liberal tomadas por el gobierno del general José Hilario López.
1851 es una novela atípica dentro las entregas literarias del médico caldense Octavio Escobar Giraldo. Estudiosos como los escritores Álvaro Pineda y Orlando Mejía, clasifican esta obra como novela rural de corte histórico que se desmarca de las constantes urbanas de Escobar. Hizo una apuesta arriesgada pero necesaria en la literatura ambientada en el siglo XIX, tan escasa y relegada en nuestro tiempo. Oportuno, pues la academia cuenta con un panorama limitado dentro de la literatura postcolonial en donde la crítica coincide en resaltar como las obras más representativas a Manuela (1856) de Eugenio Díaz y María (1867) de Jorge Isaacs.
Los recorridos del protagonista, Juan Escobar, los consejos del medellinense Nicanor Duque, la relación de la arriería con el inicio de la correspondencia a lomo de mula, las arbitrariedades formales y taimadas en la distribución de las tierras, son aspectos que hacen rebrotar las ansias de encontrar explicaciones de nuestro presente en las movidas del siglo XIX. Los diálogos de los protagonistas se nutren de sus apreciaciones políticas planteadas con desparpajo, cargadas de emociones con ese toque de exageración que desde entonces nos caracterizan, donde los calificativos solo pueden ir de lo paradisiaco a la tierra arrasada, sin escala de grises.
La importancia de la novela de Octavio Escobar radica en que no le bastó replicar elementos postcoloniales ambientados en otra historia de ficción. No se quedó en el costumbrismo y decidió ahondar en la colonización antioqueña, dejando el rol del arriero en sus justas proporciones: hombres trabajadores desprovistos de riqueza y con el carácter para exigir respeto por lo labrado honestamente.
Esta batalla del campesino por obtener y perdurar en un pedazo de tierra se asimila, pero con otros instrumentos, a los reclamos contemporáneos de justicia que han visto la luz (no lo suficientes) en la política de restitución de tierras. Bien lo mencionó el escritor Esteban Carlos Mejía en su columna sabatina en El Espectador, “Yo colonizo, tú me expropias…”, en donde manifestó: “Los crímenes, injusticias y engaños de la Concesión Aranzazu, a mediados del siglo XIX, en nada desmerecen de los delitos, abusos y artimañas del despojo de tierras en los montes de María, más de 160 años después de los sucesos de 1851”.
Octavio Escobar tiene sus credenciales. En 1997 ganó el Premio Nacional de Literatura del Ministerio de Cultura en la categoría de cuento. En el año 2002 con su novela el Álbum de Mónica Pont se llevó el octavo bienal nacional de novela José Eustacio Rivera. Con Después y antes de Dios obtuvo el Premio Nacional de Novela otorgado por el Ministerio de Cultura en el año 2016.
1851, recomendada novela para quienes desean conocer apartados históricos de cómo se configuró la propiedad en Colombia, en este caso particular, el departamento de Caldas y otros municipios del Eje Cafetero.